Tito y Lucy en el portal de Holgueras |
Cuando la historia regresa lo hace de
varias maneras, como deteniendo el tiempo: la mañana es oscura, con una densa
neblina reptando hacia el arrayán; hace frío; ha llovido varios días casi sin
tregua, como la vida de algunos.
Todo empezó en Valsaín,[1] el pueblecito antes de La
Granja, en la estribación norte de Guadarrama, un día de este mismo invierno.
Nos habíamos detenido a jugar el mundo de la nieve en Navacerrada, entre la multitud
de esquiadores con atuendos de colores, y los coches amontonados, y la
telesilla de una pista digiriendo a los niños, como en el cuadro mágico de
Goya, en El Prado. Era un frío delicioso, de añoranza, de libertad, de
felicidad en un mundo que cambia demasiado. No encontramos la Fonda Real, el
restaurante donde habíamos trabajado fines de semana en nuestros días de la
escuela Félix y yo, aunque nunca coincidimos. Ahora había muchos caminos, como
los hay en todas partes, con gente desconocida, refugios, hoteles, sitios para
comer. Mi paraje de otros tiempos, el Puerto de Navacerrada, era el sitio
turístico de invierno más cercano a Madrid, saturado de edificaciones y
visitantes.
Nevaba delicadamente, como en el cuento de mi primera nevada un día de navidad a través de los cristales ambarinos de La Fonda. Había algo de prisa, Carlos nos esperaba en Valsaín con el almuerzo. Continuamos por el camino sencillo, serpenteante, a través de los pinos, descendiendo la misma sierra por la que Carlos tantas veces paseó su silencio con su perro que ya no existe, con la Marta que dejó ir de su lecho y su corazón, también un día de invierno.
Cruzamos el Eresma, el río del valle de
Valsaín, cuando es todavía un mozo juguetón, antes del donaire que adquiere al
bordear las faldas del Alcázar, en Segovia. Un puente viejo, y el pueblo
antiguo, diminuto, intocado de ese lado del río, se presenta ante nosotros en
el primer contacto rural de este nuevo viaje que disimuladamente solo recogía
los pasos de una adolescencia que no quiere despedirse. La plaza mayor: un espacio para unos pocos coches junto al bar
del pueblo. Estábamos perdidos.
En fin, minutos más tarde aparecía sobre
una calle la figura pequeña de Carlos, Carlitos se dice a sí mismo con algo de
humor, con su caminar balanceado, con una entrada de frente entera que revela
nuestra otra mitad de la vida en la que nos encontramos. Un beso, y ¨como
decíamos ayer¨: las mismas frases, las mismas palabras, las bromas repetidas de
cuando los jardinillos y el Bar Quirós de la calle Zorrilla, cuando vivía el
papá de Carlos.
La cabaña de piedra, adosada a otras
cabañas donde la gente vive un retiro privilegiado, nos aguardaba con la
chimenea encendida. La Ximena y el Goyo, la Lucy y yo nos reconciliábamos con
la ilusión de un mundo detenido en el tiempo. Magnífico almuerzo, una cerveza y
un riberita (por Ribera del Duero). La Ximena preguntó al Carlos dónde se
podían lavar las camisas:
–«Déjalas ahí sobre la mesa, que yo las lavo»
Pero la Xime, fiel a su convicción,
insistió un instante más tarde:
–«No, Carlos, nosotros lavamos pero indícanos dónde»–«¡Qué no, cariño, que las dejes sobre la mesa!»
Pero la Xime no se da por vencida nunca,
y por tercera vez volvió con el tema de las camisas, y Carlos contestó en el
más puro castellano ancestral:
–«¡Qué dejes ahí las putas camisas, joder!»
Y así fueron bautizadas las camisas de
ahí en adelante: las putas camisas. Nos sentíamos a gusto. Ya no éramos
viajeros transeúntes, sino familia, y en familia se pregunta por los otros, es
decir por Holgueras, el desgreñado irreverente de Turégano, el campesino
ingenuo que no aprendió a mentir, el alma pura a la que nunca creímos sus
historias. La respuesta al tema Holgueras inicia invariablemente con un
«¡–Joder!», porque se viene la novela del sujeto único, y alguna nueva
travesura, aunque sea de adultos.
–«¡Qué es que a Holgueras no lo he visto en mucho tiempo, macho –exclamó Carlos-, qué es que ya ni hablamos! ¡El tío se ha perdido!»
Y el Holgueras vive a unos minutos de
Segovia… ¡Y ellos se creen distantes! Es como decir que sus pueblos se han
transformado en ciudades donde los chismes domésticos son ahora comentario
político o deportivo; donde ya no nos sabemos los nombres. Talvez. Segovia, en
efecto, ha crecido: el campo hacia poniente de Ezequiel González está lleno de
edificios. Ya no son los cincuenta y cinco mil habitantes permanentes desde los
tiempos de los romanos hasta los de Franco. Las plazas tienen aparcamientos
subterráneos… Y Turégano, ¡ah, la Turégano a la que cantó la guitarra de
Federico Moreno Torroba!, también tiene barrios nuevos…Y un semáforo que sigue
intocable desde cuando el Alfre y la Verito y la Valen peregrinaron al pueblo
desde América, llevando una carta a Holgueras.
Turégano tiene un semáforo a la
izquierda del castillo que está siempre en verde, y que se pone en rojo cuando
los vehículos que se aproximan exceden de alguna velocidad, que no será gran
cosa.
Relata Carlos que Holgueras paraba en El
Trovador, el bar regentado por la Anita a la que rondábamos, una que otra
mañana, de regreso de Madrid, a asentar con un tabaco y un café la resaca de la
juerga. Todavía no entiendo cómo pudo el Holgueras de mis relatos, un niño
indefenso, arreglárselas para aventuras de noche entera. Se sabía también que
estuvo muy malo, es decir, muy enfermo.
Carlos, más sagaz e ilustrado, conoce las
historias a medias… pero nadie conoce la suya. El cuento de la soledad
franciscana no me lo como tan fácil, porque saluda bien con la carnicera de
Valsaín, y la cabaña no luce tan abandonada como él dice. La Anita, después de
dos hijos, sigue su vida como Ana, solamente. El David vive en Madrid y trabaja
para una telefónica; la Anita chica se recibió de doctora en alimentos por
estos mismos días.
A la mañana siguiente tomamos por
Torrecaballeros, hacia Soria, y luego, un poco antes de la Salceda, a la
izquierda hacia Pedraza, el pueblecito amurallado en torno a su castillo, donde
los siglos no pasan: el color del pueblo tiene el pardo de la piedra de
Castilla (ahora Castilla y León) que exaltó Machado,[2] en sus versos quizás
escritos desde su casa de Segovia, en la calle de los Desamparados. Este
pueblo, como tantos otros de este viaje, lució vacío, casi abandonado para
nosotros. Tomamos un café en «El Yantar
de Pedraza, Horno de Asar, Cafetín – Bodegón», donde se anunciaba
Florencio Gil, «el taxi de Pedraza»; sí, el único, que no hace carreras dentro
del pueblo porque no tiene sentido, sino que lleva a los niños a la escuela… de
otro pueblo, o a los enfermos, de vez en cuando.[3]
En camino hacia Sepúlveda, nuestro
siguiente destino, por vías donde apenas cabe un coche, cruzamos varias
poblaciones de unas pocas casas en medio del campo abierto, como Berzal y La
Matilla, con el pílón (abrevadero) fungiendo de plaza mayor, donde jamás vimos
una sola persona ni a la hora de tercia, ni a la de nona, ni nos cruzamos con
ningún otro coche. El arribo a Sepúlveda fue imponente,
porque apareció una «ciudad» ya con iglesia (más de una) en la colina de
enfrente, con presencia y aire de grandeza. Los habitantes allí a lo mejor se
cuentan por miles. Ciudad con restos de murallas romanas bordeadas por dos
ríos, referente del románico castellano. Callecitas estrechas que se mueven con
la colina, espacios apretados, todo es medio cuesta arriba o cuesta abajo. El
mismo aire de antiguo.
De Sepúlveda a Turégano,[4] camino de Veganzones,[5] solo se habla de
Holgueras, donde el cordero espera. Ya no se llega por camino empedrado; la
plaza, esa vía ensanchada, está repleta de coches y un camión con madera, en
su descanso de mediodía. Y todo vuelve como en el primer día, con
Casa Holgueras en un sitio distinto, dos casas más allá, y un rótulo con escudo
de armas: «Mesón – Casa Holgueras –
Asados». La casa original está vacía, por asuntos de herencia en vida,
parece, con el cuadro de la cacería de la liebre en la sala desnuda. De Carlos
conozco a todos sus hermanos; de Holgueras ni siquiera sé si existen. El papá
de Holgueras, retirado, vive con su esposa en Segovia. La Casa Holgueras de
varias generaciones ahora es de Félix, y Lourdes, y Félix júnior y el Xavi.
Pasamos el umbral y encontramos un
comedor castellano elegante, sin gente, que nos observa en silencio. Fueron
apareciendo los anfitriones, y hubo abrazos, y el beso, y unas lágrimas solo de
ida, porque para Holgueras no pasaba nada diferente entre su conciencia y su
corazón, entre sus recuerdos y sus fantasías. Todo es lo mismo. Mientras cambiábamos frases de rutina el
cielo negro se abultaba tras el castillo-iglesia, en la minúscula colina al
fondo de la plaza, con su fachada bañada por el sol amarillento del invierno, y
los coches volvían por donde habían venido. Inspeccionamos el horno, repartimos
regalos. Empezó la ceremonia del cordero, el lechazo de quince días a 170
grados de leña, por cuatro horas, exquisito, crocante, tierno; con ensalada
solamente (la patata es americana). Félix se sentó con nosotros, no sin antes
expresar su extrañeza por ver el restaurante desde otra perspectiva: él nunca
se sienta; Félix sirve mesas, es el camarero estrella, mientras Lourdes se encarga
del horno y Clarita, compañera de infancia de Félix, ayuda en la sala.
Félix nos explica y nos muestra como se
debe comer el cordero con las manos, y mientras nos maravillábamos con el mejor
cordero del mundo, Holgueras habló, y habló, y no paró nunca:
«Casi muero el enero anterior me llevaron en ambulancia al hospital con pancreatitis por eso ya no puedo beber tampoco fumo es que engordé quince kilos qué no que esa vida que llevaba antes ya no imagínate que después de trabajar en el restaurante iba a la marcha a Madrid la marcha Robert la marcha tú sabes con chicas es que yo era era muy malo Turégano ha cambiado mucho ya no tengo los cerdos -la explotación como la llama él- porque algún tío de esos que hay por ahí me denunció en Ambiente porque las orinas iban al río como hace todo el mundo pero a mí me quisieron joder y gasté más de seis millones de pesetas en abogados y tuve suerte porque estoy con libertad condicional de dos años y no puedo tener animales vivos en casa sí Robert todavía tengo el todoterreno no he visto a Carlos antes veía a Ana cuando regresaba de Madrid no estoy muy enterado el peluquero en Segovia que es de Escalona[6] cuando voy me cuenta uno que otro chisme incluso de Damián que anda por Ecuador y su padre era un gitano de esos que venden pieles porque los de Escalona Robert son todos h… que es broma Robert que estos son pueblos nuevos vamos como de ciento cincuenta años donde se juntaban maleantes es igual en Cantalejo si hasta de Escalona dicen no compres mula en Segovia ni paño en Fuentepelayo ni mujer en Escalona ni amigos en Cantimpalos la mula te saldrá falsa el paño te saldrá malo la mujer te saldrá zorra y los amigos contrarios que sí Robert que así son estos a Ana la vi hoy un año ha pasado con uno su nuevo novio que vinieron al cordero el tipo es viejo y es feo y tiene un ojo caído sí Robert ahí sigue La Fonda Real te acuerdas del Porro que era muy viejecito entonces y le temblaba la mano un día me encontró imitándolo cuando servía yo una mesa con la mano temblorosa era bueno el Porro mi suegra anda muy mala y la he llevado al doctor entre semana no se vende porque la gente va a comedores pero entre sábado y domingo hacemos lo suficiente casi todos los que vienen llegan desde Madrid casi todo se vende desde antes por teléfono porque el cordero se prepara desde muy por la mañana el teléfono es el mismo de la casa de mi padre así no perdimos clientes que sí Robert que el cuadro de la liebre todavía está ahí Clarita la camarera es hija del de la derecha que esconde en la pintura el cigarrillo mientras sujeta la liebre el Bar Pepillo ya no existe pero Pepillo no ha muerto que no Robert que el que murió es Serafín el Pepillo está en un asilo pero le tienen amarradas las manos para que no coja el culo a las enfermeras el Félix mi hijo mayor es cocinero en Madrid pero el otro me salió como un tiro de fusil que nada le gusta va a la escuela de Carlos en Segovia estudia para hostelero pero no le gusta la escuela qué voy a hacer con éste estuve en Inglaterra trabajando tres años también fui a Brasil mi vida ha cambiado ahora soy más tranquilo más callado y bien portado que antes yo era tú sabes Robert chaval despabilado he aprendido a reírme sin necesidad de beber de Fenollar te acuerdas el Fenollar era marica que siempre se me acercaba y el Alfonsín ese buen chaval no sé por donde anda por que la vida ahora la entiendo como se tiene que ver la Alicia te acuerdas Robert está de gobernanta en el Parador de Ávila me lo contaron un día su hermano el Sanza el grandote vive en Boston desde hace mucho Espantaleón el pequeñito es profesor en la Escuela te acuerdas de García López es director del Eurobuilding se casó con la hija del dueño Mendaña se jubiló de la Escuela el año pasado Don Víctor es ahora el nuevo Director no los he visto joder a muchos desde hace años un día vino tu hermano Lourdes dice que hace seis años yo digo que son diez ya casi me he olvidado es que ese día no estuve andaba muy ocupado el pasaje no es problema para irte a visitar tengo que hablar con Lourdes y todo esto organizar que sí Robert que ahora te acompaño al castillo no he ido mucho tiempo creo que desde niño el Pepillo se enfadaba porque en la puerta principal algún turista cagaba con cierta regularidad que era yo Robert cuando pastaba las ovejas me gustaba cagar en la puerta del castillo y cuando preguntaba Pepillo ponía cara de fiar todo ha cambiado Robert ahora soy más tranquilo».
Y así sigue Holgueras, pensando todavía
en pesetas cuando España lleva todo este siglo en euros. Regresaremos,
Hogueras, luego de otros quince o veinte años, cuando puedas volver a los
cerdos de tus amores. Todavía nos queda tiempo para un riberita y una charla
desenfadada, pero la próxima vez con Carlos. Tu hermano que te quiere. Robert.
«No hay muy grandes contriciones, ni verdadero rubor, el Quijote y sus ficciones no superan en candor las historias del Holgueras ni su cordero mejor» (RR)
[1] «Si
el pinar de Valsaín / se volviese de uva blanca / ya se lo hubiesen bebido /
los borrachos de La Granja». «Si te quieres divertir / y pasar un buen verano /
vete a La Granja a marmotas / verás cómo metes mano».
[2] «Mi
infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el
limonero. Mi juventud veinte años en tierras de Castilla, mi historia algunas
cosas que recordar no quiero...», Antonio Machado.
[3] «Al
terminar sucedió / que Turé se dio tal traza, / que, como perdió Pedraza, /
pues, claro, Turé ganó».
[4] «Tres cosas hay en
Turégano / que no tiene Cantalejo: / el castillo, la alameda / y el puente de
Pinarejo».
[5] «Para
trigo, Veganzones; / para frutas, Caballar; / y para chicas. y guapas, /
Valdevacas y El Guijar»
[6] «Dicen
que se va a casar / Periquito el de Escalona; / si él es tuerto y jorobao /
cómo será la patrona, / que dicen que va engañao».
Muy lindo como todo lo que escribes. Estoy resentida porque me enteré de tu blog por terceras personas. Sigue deleitándonos.
ResponderEliminar