23 de abril de 2015

El fin de Holgueras

Todo fue cambiando. La Marta decidió empezar su vida cuando todo había terminado: se cruzaba en la calle con su exesposo, su amante moreno del Caribe, saludando como buenos amigos, como aquellos que compartieron el lecho sin mucha idea del amor. Es la adolescencia tardía a la que no todos, o todas, tenemos derecho. Este recuerdo penderá siempre como amenaza y duda en la frágil convicción de vivir de Carlos. Nada volverá a ser igual... A la nada anterior.

La Marta, el motivo del más falso divorcio de Segovia, cuando sus hijas tomaron su camino, optó por su perro y por ella, vía de Canarias, el destino más alejado al que podía pedir su traslado como profesora de instituto. Allí tiene que haber sol, vientos alisios (aquellos que en verano soplan del archipiélago hacia el Mar del Norte, buen sitio para morir), espacio para vivir y olvidar el Azoguejo, el acueducto, el frío álgido de enero que no entra en los bares pero que permite disfrutar la charla de las narices rojas con los parroquianos, amigos quizás. Un tabaco verdadero, de los que ella fuma, y uno sustituto de los que Carlos deberá dejar, como a El Trovador, a Ana, al despertador, a las pastillas de dormir y de despertarse. La única droga que Carlos repite es la rutina, como sus horas que ya no se anuncian con las campanas de la catedral, La Juvenil, las nietas por goteo, los churros, y esperar sin calendario una llamada de Robert, ahora que se puede llamar.

2 de febrero de 2015

Raúl Duque, sospechoso

Eran los tiempos de mis tempranos y hermosos cuarenta años, cuando era gerente de proyecto del J.W. Marriott de Quito. Me inventé un viaje a Florida con el propósito de motivar a los ingenieros consultores ecuatorianos. Se supone que teníamos una reunión de coordinación en las oficinas de los arquitectos Adache, en Ft. Lauderdale. En la nómina estábamos Francisco Lasso, mecánico; Edgar Castro, electricidad y sistemas, y Raúl Duque, hidrosanitario. La contraparte, como de costumbre, estaba presidida por Joe Travez, de Marriott, varios arquitectos incluido Dan Adache, y el arquitecto paisajista que me parece era Phill Bugdell.

En los días anteriores el consulado americano en Quito negó la visa a Raúl por cuanto había un homónimo vinculado a narcotráfico (?). Nos reíamos, pero con pena, pues Raúl nunca había viajado a Estados Unidos, y no sabíamos como ayudar. Para sorpresa nuestra días más tarde le llamaron a decir que su visa había sido aprobada. ¡Alegría!

10 de enero de 2015

Holgueras, antes del final

La cacería, con el padre de Holgueras en el caballo
Y así seguimos creciendo, es decir, envejeciendo. El Félix en la huerta, los chicos por ahí, sin casarse siquiera, y la Lourdes frente al asador… y la casa, y su madre enferma. Cada vez hace más calor, pero nieva menos. Aun así, Turégano cambia poco: las casas de la Plaza España están medio abandonadas, como la casa grande, la Casa Holgueras de antaño que se ha quedado hasta sin el cuadro de la cacería, el de los galgos.
--En fin, que para chatos todavía queda. Del cuarto de cordero pasaron al cuarto para dos, con doble ración de pan… ¿A dónde iremos ahora que han quitado la extraordinaria a los funcionarios y nos han subido el IVA? Pues… para menos.
Contaba Carlos (el de la Anita y su esposo Santiago, el escritor… Sí, escritor como Victoriano), que ni el de las cervezas te da crédito… ¡Pues claro! Si a la semana siguiente cualquier negocio ya ha cerrado. Todos cierran. Nosotros talvez no, porque en Segovia Carlos se las arregla con los churros a los universitarios, y uno que otro pincho a los vecinos. Además, todavía le quedan las tragaperras y el instituto. En Turégano, seguimos teniendo el mejor cordero de Castilla. En Carbonero El Mayor algo ayudan las secadoras de jamón, pero se sale con menú del día, de a seis euros.

Holgueras, nuevamente

Tito y Lucy en el portal de Holgueras
Cuando la historia regresa lo hace de varias maneras, como deteniendo el tiempo: la mañana es oscura, con una densa neblina reptando hacia el arrayán; hace frío; ha llovido varios días casi sin tregua, como la vida de algunos.

Todo empezó en Valsaín,[1] el pueblecito antes de La Granja, en la estribación norte de Guadarrama, un día de este mismo invierno. Nos habíamos detenido a jugar el mundo de la nieve en Navacerrada, entre la multitud de esquiadores con atuendos de colores, y los coches amontonados, y la telesilla de una pista digiriendo a los niños, como en el cuadro mágico de Goya, en El Prado. Era un frío delicioso, de añoranza, de libertad, de felicidad en un mundo que cambia demasiado. No encontramos la Fonda Real, el restaurante donde habíamos trabajado fines de semana en nuestros días de la escuela Félix y yo, aunque nunca coincidimos. Ahora había muchos caminos, como los hay en todas partes, con gente desconocida, refugios, hoteles, sitios para comer. Mi paraje de otros tiempos, el Puerto de Navacerrada, era el sitio turístico de invierno más cercano a Madrid, saturado de edificaciones y visitantes.


Holgueras, el inicio

Casa Holgueras en la sombra
Los días de la Escuela de Hostelería fueron siempre fríos. Madrid, nueve meses de invierno y tres de infierno. Las mañanas de otoño por el Paseo del Ángel mordían las puntas de los dedos, y la primavera en la Casa de Campo, junto al Lago, era tan gélida como los vientos que llegaban desde la sierra de Guadarrama. La chaqueta blanca de algodón sólo nos hacía añorar el verano. Las rutinas se enriquecieron con la fantasía y la ilusión de los años frescos. La Villa y Corte tenía el encanto de un continente diferente, elegante, sin el conflicto de la personalidad histórica de los sudamericanos.

3 de enero de 2015

Accidente aéreo en Francia

El Hôtel de la Grotte. A la izquierda el hotel viejo, donde
dormía el personal. Arriba, el castillo de Lourdes.
Sucedió en Lourdes, en plenos Pirineos, cuando en un verano trabajé de mesero en el Grand Hôtel de la Grotte. Hermosos tiempos. Este era, y sigue siendo, el mejor hotel del pueblo, que en invierno (más de un metro de nieve) tenía unos 15,000 habitantes, y en verano cientos de miles. Nuestro jefe era un Maître espectacular, fino, exigente, artista y maestro. ¡Cuánto le debo de mi aprendizaje! Progresé rápido, y fui ascendido de ayudante a medio mesero, demi chef de rang, en francés. Esto quería decir que me podía permitir tomar ciertas órdenes de los clientes, pero sobre todo que a partir de ese momento yo tenía un ayudante... Y mi ayudante fue, esta es otra historia, nada menos que Martín Ventura, el único alumno de la Escuela de Hostelería de Madrid que había perdido el año en servicio.