El tomo de Novelistas y Narradores |
Como de costumbre, llegamos a la hora en punto, es decir que fuimos los primeros. Ni siquiera Andrés estaba listo. Mientras le esperaba decidí curiosear un estante de libros, al que no se le podía llamar biblioteca, pero el rojo intenso de una colección, con la base negra, me atraía demasiado. Es la obra más grande en la historia de las letras del Ecuador, con compilación y análisis de toda nuestra literatura en veinte y ocho gruesos tomos: Prosistas de la República, Poetas Parnasianos y Modernistas, Juristas y Sociólogos, Novelistas y Narradores, Cronistas Coloniales, Jesuitas Quiteños del Extrañamiento, etc.
La Biblioteca Ecuatoriana Mínima (adjetivo por demás impropio), se editó en 1960 por la Editorial J. M. Cajica Jr., S.A., en Puebla, México, auspiciada por la Secretaría de la Undécima Conferencia Interamericana de Cancilleres que debía celebrarse en Quito en ese año, y que finalmente no se llevó a cabo. Por cierto, para esa importante ocasión Camilo Ponce, Presidente de la República, auspició otras obras como la terminal del aeropuerto Mariscal Sucre de Quito, que hasta entonces era una casita de teja, el Palacio Legislativo, que es donde debía reunirse la conferencia, el edificio de la Caja del Seguro, y, para hospedar a los visitantes, el gran Hotel Quito del que fui su gerente por once años.
Más tarde empezábamos la cata, cuya responsabilidad de dirigirla era mía. Probábamos cada vino, todos tintos, y calificábamos color, nariz, bouquet, transparencia, paladar, cuerpo… Grabábamos los comentarios. Pero hubo un pequeño error de cálculo; había que probar más de cien vinos, casi todos abiertos con anticipación para que respiren. Tengo memoria de haber llegado cerca del sexagésimo. En una jarana total pasamos a la mesa. Mariana nos había preparado una deliciosa comida, que a esas alturas parecía una borrachera medieval más que una cena elegante.
Unos días más tarde Andrés me invita (¡cuántas veces lo ha hecho!) a almorzar en el Rincón de Francia, en agradecimiento a haber dirigido la cata. Comimos a gusto, charlamos, nos reímos. Al final de la comida Andrés pide a su chófer que le lleve algo al restaurante, y aparece con dos o tres cajas de cartón: ¡Era la Biblioteca Ecuatoriana Mínima que traía para regalármela! Y había tomado esta importante decisión porque yo era la única persona que la había hojeado y valorado mientras descansó en su estante algunos años.
Lo trascendental del gesto de desprendimiento de Andrés, hijo de diplomáticos, es que la Biblioteca Mínima es dificilísima de encontrar porque es una edición muy limitada que nunca se volvió a imprimir, y que es simplemente invalorable en el mercado de los libros. No es un tema de dinero; no se encuentra, y cuando hace cuarenta años alguien anunciaba su venta (me imagino que con mucha pena), nunca estaba completa la colección, como si lo está la mía. Este episodio me liga a Andrés de por vida, y más allá, porque es herencia que se pasará de generación en generación. Si tengo que viajar para no volver, solo llevaría la Biblioteca Ecuatoriana Mínima, mi guitarra, y mis escritos.
Nunca importaron ningún vino de Argentina. En un par de años el mercado ecuatoriano ofrecía algunos de esos vinos, todos degustados previamente por nosotros.
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