24 de diciembre de 2014

Jugando a la democracia

En quinto curso del Colegio San Gabriel, amparados por el espíritu de liderazgo jesuita, alumnos de ilustres maestros que luego serían ministros de estado, presidentes de la república, altos dirigentes gremiales, científicos, jueces. Sí, desde esas aulas se formaba el futuro; un futuro que en mucho continúa en el mismo lugar.

Estábamos en esas elecciones sin campañas, en que algún amigo le propone a uno para presidente del curso, sin discursos, y se vota. Pero ya habíamos tenido una primera votación que no dio resultados, de modo que íbamos a intentarlo nuevamente. Yo era uno de los candidatos para esa ronda final. Se decidió que la votación sería secreta… Esto iba en serio. Cada uno escribió un nombre en su papelito y lo depositó en la caja. No éramos muchos, quizás veinte. La situación era angustiante porque no había mucha opción de ganar.

Un jesuita de los que todavía no daban misa era el moderador, la autoridad, pero no intervenía. Es parte del entrenamiento. Vino el conteo. Gané por la totalidad de los votos, por unanimidad. Nunca me habría imaginado; pero ¿saben qué? El Huguicho, Hugo Hurtado, gran futbolista y amigo, me regresó a ver inmediatamente con una sonrisa de picardía y descubrimiento, señalándome con el índice:
−¡Votaste por vos mismo!

Y así nació un presidente de curso que no tuvo la decencia de votar por su adversario, mal visto, criticado. Pero presidente al fin.

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